El sacerdocio

El próximo 13 de diciembre se cumple el 45 aniversario de la ordenación sacerdotal del Papa Francisco. Es una oportunidad para reflexionar sobre el sacerdocio en la Iglesia ayudados por palabras de san Josemaría y para dar gracias a Dios por el Papa y por todos los sacerdotes.

El próximo 13 de diciembre se cumple el 45 aniversario de la ordenación sacerdotal del Papa Francisco. Es una oportunidad para reflexionar sobre el sacerdocio en la Iglesia ayudados por palabras de san Josemaría y para dar gracias a Dios por el Papa y por todos los sacerdotes.

El sacramento del orden deja un carácter indeleble en el alma de los que lo reciben, al ser consagrados como verdaderos sacerdotes a imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote. Se ordenan para predicar el Evangelio y para celebrar el culto divino, sobre todo la Eucaristía. Perdonan los pecados al ejercer el sacramento de la reconciliación o Confesión y alivian a los enfermos con el sacramento de la Extrema Unción. Presentan a Dios Padre las necesidades y súplicas de los fieles. Reúnen la familia de Dios y la conducen a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu.

(Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1536-1600)

En la homilía “Sacerdote para la eternidad”, san Josemaría reflexiona sobre la Santa Misa; sobre la naturaleza del sacerdocio católico, su dignidad y su necesidad; y sobre la relación entre sacerdotes y laicos en la Iglesia.

El sacerdocio

El sacerdocio lleva a servir a Dios en un estado que no es, en sí, ni mejor, ni peor que otros: es distinto. Pero la vocación de sacerdote aparece revestida de una dignidad y de una grandeza que nada en la tierra supera.

Los fieles pretenden que se destaque claramente el carácter sacerdotal: esperan que el sacerdote rece, que no se niegue a administrar los Sacramentos, que esté dispuesto a acoger a

Yo pido a Dios Nuestro Señor que nos dé a todos los sacerdotes la gracia de realizar santamente las cosas santas, de reflejar, también en nuestra vida, las maravillas de las grandezas del Señor

todos sin constituirse en jefe o militante de banderías humanas, sean del tipo que sean (Decreto Presbyterorum Ordinis n. 6). que ponga amor y devoción en la celebración de la Santa

Misa, que se siente en el confesonario, que consuele a los enfermos y a los afligidos; que adoctrine con la catequesis a los niños y a los adultos, que predique la Palabra de Dios y que tenga consejo y caridad con los necesitados.

En una palabra: se pide al sacerdote que aprenda a no estorbar la presencia de Cristo en él, especialmente en aquellos momentos en los que realiza el Sacrificio del Cuerpo y de la Sangre y cuando, en nombre de Dios, en la Confesión sacramental auricular y secreta, perdona los pecados. La administración de estos dos Sacramentos es tan capital en la misión del sacerdote, que todo lo demás debe girar alrededor.

Una nueva labor profesional

Esa es, si cabe expresarse así, su nueva labor profesional, a la que dedican todas las horas del día, que siempre resultarán pocas: porque es preciso estudiar constantemente la ciencia de Dios, orientar espiritualmente a tantas almas, oír muchas confesiones, predicar incansablemente y rezar mucho, mucho, con el corazón siempre puesto en el Sagrario, donde está realmente presente El que nos ha escogido para ser suyos, en una maravillosa entrega llena de gozo, aunque vengan contradicciones, que a ninguna criatura faltan.

Sacerdotes cien por cien

Su competencia en diversas ramas del saber humano -de la historia, de las ciencias naturales, de la psicología, del derecho, de la sociología-, aunque necesariamente forme parte de esa mentalidad laical, no les llevará a querer presentarse como sacerdotes-psicólogos, sacerdotes-biólogos o sacerdotes-sociólogos: han recibido el Sacramento del Orden para ser, nada más y nada menos, sacerdotes-sacerdotes sacerdotes cien por cien.

Probablemente, de tantas cuestiones temporales y humanas entienden más que bastantes seglares. Pero, desde que son clérigos, silencian con alegría esa competencia, para seguir fortaleciéndose con continua oración, para hablar sólo de Dios, para predicar el Evangelio y administrar los Sacramentos. Esa es, si cabe expresarse así, su nueva labor profesional, a la que dedican todas las horas del día, que siempre resultarán pocas: porque es preciso estudiar constantemente la ciencia de Dios, orientar espiritualmente a tantas almas, oír muchas confesiones, predicar incansablemente y rezar mucho, mucho, con el corazón siempre puesto en el Sagrario, donde está realmente presente El que nos ha escogido para ser suyos, en una maravillosa entrega llena de gozo, aunque vengan contradicciones, que a ninguna criatura faltan.

¿Renuncia?

Todas esas consideraciones pueden aumentar, como os decía, los motivos de extrañeza. Algunos continuarán quizá preguntándose: ¿por qué esa renuncia a tantas cosas buenas y limpias de la tierra, a tener una ocupación profesional más o menos brillante, a influir cristianamente con su ejemplo en la sociedad desde el ámbito de la cultura profana, de la enseñanza, de la economía, de cualquier otra actividad ciudadana? Otros recordarán cómo hoy, en no pocos sitios, serpea una notable desorientación sobre la figura del sacerdote; se charlotea de que es preciso buscar su identidad y se pone en duda el significado que, en las circunstancias actuales, reúne ese darse a Dios en el sacerdocio. Finalmente, también podrá sorprender que, en una época en la que escasean las vocaciones sacerdotales, surjan entre cristianos que ya habían resuelto -gracias a una labor personal exigente- los problemas de colocación y trabajo en el mundo.

Comprendo esa extrañeza, pero no sería sincero si asegurara que la comparto. Estos hombres que, libremente, porque les da la gana -y es ésta una razón bien sobrenatural- abrazan el sacerdocio, saben que no hacen ninguna renuncia, en el sentido en el que ordinariamente se emplea esta palabra.

La santidad es para todos

Una y la misma es la condición de fieles cristianos, en los sacerdotes y en los seglares, porque Dios Nuestro Señor nos ha llamado a todos a la plenitud de la caridad, a la santidad: bendito sea el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha colmado en Cristo de toda suerte de bendiciones espirituales del Cielo; así como por El mismo nos escogió antes de la creación del mundo, para ser santos y sin mácula en su presencia por la caridad (Eph I, 3-4).

No hay santidad de segunda categoría: o existe una lucha constante por estar en gracia de Dios y ser conformes a Cristo, nuestro Modelo, o desertamos de esas batallas divinas.A todos invita el Señor, para que cada uno se santifique en su propio estado.

La santidad no depende del estado -soltero, casado, viudo, sacerdote-, sino de la personal correspondencia a la gracia, que a todos se nos concede, para aprender a alejar de nosotros las obras de las tinieblas y para revestirnos de las armas de la luz: de la serenidad, de la paz, del servicio sacrificado y alegre a la humanidad entera (Cfr. Rom XIII, 12).

Dignidad del sacerdocio

Santa Catalina de Siena pone en boca de Jesucristo estas palabras: no quiero que mengüe la reverencia que se debe profesar a los sacerdotes, porque la reverencia y el respeto que se les manifiesta, no se dirige a ellos, sino a Mí, en virtud de la Sangre que yo les he dado para que la administren. Si no fuera por esto, deberíais dedicarles la misma reverencia que a los seglares, y no más... No se les ha de ofender: ofendiéndolos, se me ofende a Mí, y no a ellos. Por eso lo he prohibido, y he dispuesto que no admito que sean tocados mis Cristos (Santa Catalina de Siena, El Dialogo cap. 116; Cfr. Ps CIV, 15).

Identidad del sacerdocio

Algunos se afanan por buscar, como dicen, la identidad del sacerdote. ¡Qué claras resultan esas palabras de la Santa de Siena! ¿Cuál es la identidad del sacerdote? La de Cristo. Todos los cristianos podemos y debemos ser no ya alter Christus sino ipse Christus otros Cristos, ¡el mismo Cristo! Pero en el sacerdote esto se da inmediatamente, de forma sacramental.

Para realizar una obra tan grande -la de la Redención-, Cristo está siempre presente en la Iglesia, principalmente en las acciones litúrgicas. Está presente en el Sacrificio de la Misa, tanto en la persona del Ministro -"ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que se ofreció a sí mismo en la Cruz"- como sobre todo bajo las especies eucarísticas (Concilio Vaticano II, Const. Sacrosantum Concilium 7; Cfr. Concilio de Trento, Doctrina acerca del Santísimo Sacrificio de la Misa cap. 2).

El sacrificio de la Misa

Por el Sacramento del Orden, el sacerdote se capacita efectivamente para prestar a Nuestro Señor la voz, las manos, todo su ser; es Jesucristo quien, en la Santa Misa, con las palabras de la Consagración, cambia la sustancia del pan y del vino en su Cuerpo, su Alma, su Sangre y su Divinidad.

¿Cuál es la identidad del sacerdote? La de Cristo

En esto se fundamenta la incomparable dignidad del sacerdote. Una grandeza prestada, compatible con la poquedad mía. Yo pido a Dios Nuestro Señor que nos dé a todos los sacerdotes la gracia de realizar santamente las cosas santas, de reflejar, también en nuestra vida, las maravillas de las grandezas del Señor. Quienes celebramos los misterios de la Pasión del Señor, hemos de imitar lo que hacemos. Y entonces la hostia ocupará nuestro lugar ante Dios, si nos hacemos hostias de nosotros mismos (San Gregorio Magno, Dialog. 4, 59).

No juzgar

Si alguna vez os topáis con un sacerdote que, externamente, no parece vivir conforme al Evangelio -no le juzguéis, le juzga Dios-, sabed que si celebra válidamente la Santa Misa, con intención de consagrar, Nuestro Señor no deja de bajar a aquellas manos, aunque sean indignas. ¿Cabe más entrega, más anonadamiento? Más que en Belén y que en el Calvario. ¿Por qué? Porque Jesucristo tiene el corazón oprimido por sus ansias redentoras, porque no quiere que nadie pueda decir que no le ha llamado, porque se hace el encontradizo con los que no le buscan.

¡Es Amor! No hay otra explicación. ¡Qué cortas se quedan las palabras, para hablar del Amor de Cristo! El se abaja a todo, admite todo, se expone a todo -a sacrilegios, a blasfemias, a la frialdad de la indiferencia de tantos-, con tal de ofrecer, aunque sea a un hombre solo, la posibilidad de descubrir los latidos de un Corazón que salta en su pecho llagado.

La Virgen y el sacerdote

Esta es la identidad del sacerdote: instrumento inmediato y diario de esa gracia salvadora que Cristo nos ha ganado. Si se comprende esto, si se ha meditado en el activo silencio de la oración, ¿cómo considerar el sacerdocio una renuncia? Es una ganancia que no es posible calcular. Nuestra Madre Santa María, la más santa de las criaturas -más que Ella sólo Dios- trajo una vez al mundo a Jesús; los sacerdotes lo traen a nuestra tierra, a nuestro cuerpo y a nuestra alma, todos los días: viene Cristo para alimentarnos, para vivificarnos, para ser, ya desde ahora, prenda de la vida futura.

Homilía "Sacerdote para la eternidad", pronunciada por el fundador del Opus Dei el 13 de abril de 1973