Tras las páginas de un libro

Lassi Viljakainen, Finlandia

"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?"(Mt 16, 24-26)

Mi nombre es Lassi, soy finlandés, estoy casado y soy padre de dos maravillosas hijas de 5 y 8 años. Hace menos de un año decidí hacerme católico. El motivo por el que he elegido la cita del Evangelio anterior para empezar a relatar mi testimonio es porque este texto refleja el hombre que era hasta hace unos años. Entender el significado profundo que hay detrás de estas palabras se ha convertido en algo que le ha dado sentido a mi vida y que la hace cada día más bonita.

Sin darme cuenta, me deslizaba a velocidades de vértigo por el carril rápido de la vida que me estaba conduciendo hacia la destrucción de mi alma. Sin embargo, gracias a las enseñanzas de san Josemaría me las arreglé para encontrar la salida adecuada y pararme a controlar si la dirección que estaba tomando era la correcta. Y, para ser sincero, me di cuenta de que no lo era, y eso me llevó a tener que pensar y valorar las orientaciones que me daban para encontrar el camino correcto, el camino de Dios. Nada me hace más feliz ahora que saber hacia dónde me dirijo, y lo más importante, con quién.

Crecer en Finlandia

Tuve, lo que se suele decir, una “infancia privilegiada”. Crecí en el norte de Finlandia con una familia estupenda: mi madre, mi padre, un hermano y dos hermanas pequeñas. Me educaron en la confesión luterana. Mis años de juventud estuvieron llenos del cariño, de paseos por la naturaleza y de una gran cantidad de deportes. Si se trataba de hockey sobre hielo, fútbol, snowboard o windsurf, eran una actividad constante. Nuestro padre estaba allí para asegurarse de tener todos los recursos necesarios.

Como un adolescente emocionado, no me di cuenta de que el presupuesto familiar tiene también un límite. Nuestra madre también se preocupaba porque tuviéramos lo fundamental: que hiciéramos los deberes, la comida en el estómago y la fe cristiana en nuestros corazones. Ella, como buena cristiana, desempeñó un papel decisivo criándonos con la conciencia de que Dios existe y está presente en nuestras vidas.

Haciéndolo por mi cuenta

El servicio militar fue el principio de mi independencia, comencé a dejar de lado mi vida cristiana, y surgió la reacción egoísta del "ya me lo sé todo", actitud que tenía muy metida dentro. A los pocos meses me hicieron una operación, que tuvo complicaciones al inicio, por lo que fue para mí como un primer toque de atención. Como no estaba cerca de Dios en ese momento, ni siquiera di gracias a Dios porque la intervención al final hubiera salido bien. Escogí el camino de la amargura, de la confianza en mí mismo, de "hacer las cosas por mi cuenta". Mi familia estaba allí para apoyarme y en aquella época me parecía que era suficiente. Después llegó el período de estudio, y el inicio de mi vida laboral siendo joven hizo que me convirtiera en un hombre muy ocupado, yendo y viniendo por todo el mundo y, aunque creía en la existencia de Dios, estaba demasiado ocupado y cerrado en mi pequeño "cubo terreno", por lo que vivir la fe no era uno de mis objetivos.

En 2003 me casé, y nuestra primera hija nació al año siguiente. La vida me sonreía y me encontraba en el mejor momento. El trabajo me iba bien y nuestra hija, así como la gran cantidad de amigos, nos mantuvo ocupados durante los fines de semana. Como mi esposa es católica, asistíamos a Misa los domingos. Allí disfrutaba de la tranquilidad del "evento", pero me negaba a profundizar en mi propia fe. Mi vida espiritual continuó así durante otros 11 años, acudiendo a la Misa del domingo, “estando” allí, pero sin estar realmente.

El cambio

Entonces ocurrió algo, durante el verano 2011, cuando vivíamos en Riga, Letonia. Tuvimos nuestra segunda hija, mientras yo viajaba continuamente por motivos de trabajo. La distancia y otras cuestiones difíciles habían creado serios problemas en nuestro matrimonio, que culminaron en una situación en la que ni a mi esposa ni a mí nos quedaba energía. En ese momento conocí a una persona del Opus Dei que vivía en Riga y me aconsejó que me iría bien hablar con alguien. Aunque estaba muy reticente con la idea, ya que seguía con mi afán de hacerlo todo por mi cuenta, terminé quedando con este señor para hablar de la vida con una taza de café por medio. Pues bien, aquel agradable momento del café, y lo que siguió después, cambió mi vida y la vida de los seres queridos que me rodeaban. Hubo otros encuentros en un café o durante un rato de footing en el parque, y esta persona me guió pacientemente con sus consejos. Sus palabras y las referencias a las enseñanzas de San Josemaría provocaron en mí una urgencia por leer, estudiar y restablecer mi relación con Dios de nuevo. Sentí que algo especial estaba apareciendo en mi camino.

Pasaron algunos meses y nos trasladamos a vivir a Zurich, Suiza, en octubre de 2011. Me sentía un poco incómodo, ya que era difícil dejar atrás a este amigo que tanto me había ayudado. Luego descubrí que mi temor era infundado: mi amigo de Riga me presentó a otra persona del Opus Dei en Zurich, y enseguida conectamos. Sentía como si nada hubiera cambiado, la misma tranquilidad, la misma paz, y la misma fe en Dios que había ido descubriendo en nuestras conversaciones se convirtió en algo habitual cada semana.

En otoño de 2011 empecé a estudiar el Compendio del Catecismo y a leer algunos libros de san Josemaría Amigos de Dios y Camino. Poco después de empezar a leer la versión en inglés de Amigos de Dios, ya en las primeras páginas me enganché y empecé a leer a diario. Cada página - en realidad cada párrafo – contenía un mensaje fuerte y claro para mí, lo cual hizo la lectura cada vez más lenta. Disfrutaba con cada párrafo, solía pararme para meditar y pensar sobre lo que había leído durante el día. Las ideas de san Josemaría en ambos libros me estaban tocaron profundamente e incluso me di cuenta de que yo mismo estaba cambiando mi manera de vivir la vida: empecé a ser más puntual y a dedicar momentos concretos del día a rezar. El impacto fue casi instantáneo y muy poderoso sobre mí, y todavía conserva el mismo ímpetu que antes. Mientras leo los escritos de San Josemaría, puedo perder la página que estoy leyendo pero no me importa ya que, puedes abrir cualquier página de Amigos de Dios y sientes siente como si nunca lo hubieras leído. Al leer es como si san Josemaría estuviera sentado a tu lado leyendo en voz alta.

Después de estudiar el Catecismo, de leer libros de espiritualidad, así como recibir orientación de una persona del Opus Dei cada semana, el 27 de mayo 2012 decidí unirme a la familia de la Iglesia y hacerme católico. Me había criado como luterano, como la mayoría de finlandeses, pero sentí en mi interior que ya estaba listo para asumir la vocación cristiana que había dentro de mí. Durante una sencilla y preciosa ceremonia en la Residencia Fluntern en Zurich, me uní a la Iglesia Católica y experimenté una paz y una felicidad enorme.

San Josemaría y el Opus Dei me impulsaron a buscar a Dios de nuevo. Este viaje ha sido sólo el principio del camino, un camino que nunca termina, ya que siempre se puede aprender más, mejorar y ayudar a los demás. Saber que no estás sólo para afrontar la vida cotidiana ha sido un gran descubrimiento. Del mismo modo, es muy consolador darse cuenta de que en la vida lo que cuenta no es ser joven o viejo, nacer o morir. Estamos aquí “de visita” porque hay algo más allá, por eso cada día de vida es una maravilla. Gracias San Josemaría por tus enseñanzas y por ser el guía que me ha ayudado a encontrar a Dios. Prefiero este carril de la vida.

De todo lo que he leído de San Josemaría si hay algo que me ha marcado profundamente son estas dos citas de Camino:

"Te acogota el dolor porque lo recibes con cobardía. —Recíbelo, valiente, con espíritu cristiano: y lo estimarás como un tesoro. (Camino, 169).

Ahora son lágrimas. —¿Duele, eh? —¡Claro, hombre!: por eso precisamente te han dado ahí (Camino, 158).